¡LO DEJO!

Un par de veces al día, puede ser que hasta tres. Lo pienso cuando suena el despertador a las cinco de la mañana y toca bajar de la peligrosa e inestable litera. Cuando reparo en todos los bocados que le tengo que dar a la insípida manzana, sin alma, sin hambre, sin ganas. Al comenzar la rutina de ensamblar mi vida en una simple mochila y al volver a cerciorarme de lo mucho que pesa la hija de puta. También quiero abandonar cuando el paisaje se vuelve feo y monótono, y la cabeza, muy cuca ella, comienza a jugar sucio para que por un rato pierda de vista al sentido que le vi un día a todo esto. Busco conexiones directas con Granada cada vez que llego a un albergue y las sábanas están usadas, el agua de la ducha fría y en la litera dieciocho hay un pobre señor que está a punto de morir ahogado y el no lo sabe porque duerme como suenan los futuros jamones de Guijuelo. Pero siempre, siempre, siempre, se me pasa. Se me pasa con cada gracias que recibo de los campesinos de la zona cuando me ven recogiendo las latas que emborronan sus caminos. Se me olvida cuando en un banquito cualquiera de una abandonada aldea dos senderistas de la zona se sorprenden al verme cargado con la bolsa y en agradecimiento me dan una tapita de pan de pueblo con jamón de sello que a dos kilómetros del final de la etapa y a las doce y pico de la mañana me sabe a gloria. Todo vuelve a cobrar sentido cuando una mujer y su hijo que regentan el bar del pensionista del pueblo el único abierto ese día y en el cual no dan comidas, me preparan por pura solidaridad con el caminante que los visita un menú inventado sobre la marcha al que no le falta un detalle y de postre me da la vida. Y por supuesto hago borrón y cuenta nueva cuando un chaval que pasaba por su supermercado esa tarde cerrado para coger unas cuantas cosas para su casa, al verme desvalido y sin existencias para la etapa del día siguiente me sube la persiana y me invita a que pase sin que se entere nadie para venderme todo cuanto necesite. Pues por todo esto, y por todo lo que me embauca cada mañana en ese óleo natural de ahí afuera esta locura merece la pena. Estas zapatillas se cuelgan, pero porque ya no dan para más y no es para menos. Hoy ha sido su última battalla, gracias por tantos pasos y aventuras compartidas, no os puedo portar hasta Finisterre, pero como a tantas cosas y a tantas personas, os llevo... Buenas noches familia, mañana seguimos como niñ@s con zapatos nuevos.

Comentarios

  1. Ánimo Jorge!
    Somos muchos los que en la distancia cada día te leemos y te damos un empujoncito!

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  2. Ánimo Jorge, sabemos que la vida es esto, con sus altibajos, comerse el mundo un día y al siguiente no querer levantarse de la cama… pero todo pasa y la belleza del vivir siempre gana . Un beso amigo

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