ME VUELVO AL PUEBLO

Aquí el otoño llega con prisa para hipnotizar con sus colores al Dios Zeus, haciéndole creer que la época de lluvias tiene la alfombra anaranjada lista para hacer acto de presencia y regar de vida cada centímetro de esta fértil y productiva tierra. Las pisadas del "senderino" en la quebradiza hoja rompen un silencio tan mágico como inspirador en esta cota 1000 de mi camino. Es algo a lo que nos hemos ido desacostumbrando, tanto, como a ver un parque sin alma, sin ruido, sin niños. Cada aldea que atravieso me abre sus brazos gritándome a susurros que me quede, ahora no puedo, le pienso, para seguidamente prometerme volver para contribuir al equilibrio, al suyo, al mío, al de tod@s. El éxodo sistemático hacia el cemento es insostenible, antinatura y altamente enfermizo. Cuantas más sendas descubro más me engancho a esto de andar contemplando, será la genética intentando recuperar su marcha, con el abuelo Fernando tirando del burro, y el abuelo Juan abriendo la vereda de vuelta a casa. La solitud elegida no te convierte en ermitaño pero si te lleva a seleccionar cada uno de tus encuentros, al fin y al cabo nadie quiere involucionar la dicha una vez alcanzada. De lo que si estoy convencido, es que mirar atrás y recuperar lo de antaño no es involución, y hago muchas veces mía la célebre frase de aquella mítica canción en la que se jalea que "cualquier tiempo pasado nos parece mejor". En tierra de lobos y de 20.000 especies de abejas las dudas y los temores se afrontan desde el sosiego, desde la calma y desde la certeza de que las respuestas llegan cuando toca, y que aquí el ruido mediático y externo no las distorsiona.

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